martes, 5 de octubre de 2010

El político: ese juguete roto


Winston Churchill dijo una vez que el precio de la grandeza es la responsabilidad. Esta frase no deja de venir a mi cabeza cuando se habla de la crisis: de sobra es conocido que es fruto de la falta de valores; de ética; de la corrupción del político en definitiva. 

Hoy día la política se basa en la obtención del poder, su conservación y su aumento, por ello no resulta llamativo que la política declare su independencia respecto de la ética. Pero esta idea que nació con Maquiavelo a mi entender no es consistente.
Podemos afirmar que la política deba mantenerse al margen de la aritmética; pero si afirmamos su independencia con respecto a la moral, defendemos que la política no sirva a los intereses del pueblo sino a los del hombre que la ejerce.

Nuestro sistema representativo pierde su sentido cuando esto sucede. Si el político se aleja del pueblo, si sirve a sus propios intereses (a la voluntad personal), pierde los valores que necesita para atender al interés general (honestidad, coherencia, firmeza, templanza, justicia...) y la democracia no tiene sentido. Cuando sus actos se reconducen a satisfacer su fin último (la conservación del poder), dará al pueblo lo que quiere y no lo que necesita (populismo), desviando el interés general de la utilidad pública. Así la representatividad pierde su sentido ya que el interés general se convierte en una utilidad marginal de cada individuo y la sociedad se descompone.

Esto me parece un problema serio, porque la crisis es un ejemplo de como la falta de valores se está trasnmitiendo a la sociedad. Hemos querido enriquecernos de forma poco honrada (vendiendo productos tóxicos) y, los políticos,  nos lo han permitido con un laissez-faire financiero radical. Hemos abandonado la ética y la responsabilidad y, los políticos, (abandonándola también) nos lo han permitido. Hemos abrazado la codicia ignorando lo que podía pasar y, ahora, la crisis de valores nos ha pasado factura a todos.

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